Mientras rodeábamos a nuestra madre en aquella que iba a ser, triste y fría, su última noche, la pena nos ahogaba hasta el punto de que las palabras salían roncas de nuestras bocas.
Todos procurábamos despedirnos de ella diciéndole lo que nos salía del alma, lo buena madre que había sido, lo orgullosos que estábamos de ella, que no se sintiera sola, que estábamos allí acompañándola...
Acariciábamos sus manos, sus brazos, sus pies... aquella piel ya helada que junto a su trabajosa respiración facilitada por las máquinas y los alarmantes sonidos de los monitores nos ponían en vilo porque veíamos que el final se acercaba.
Aún no se había ido y ya añorábamos tenerla muchos más años a nuestro lado. Fue Isa la que, en un momento dado le dijo que si tenía que irse que lo hiciera tranquila, segura de que iba a reunirse con Carlos, el hijo que perdió muchos años antes por quien derramó ríos de lágrimas.
Con aquellas palabras creo que todos entendimos que debíamos dejarla ir en paz, en pos al fin de nuestro hermano, de la abuela Mercedes, del abuelo Feliciano y de su hermana, la tía Inés.
Pero ella no estaba dispuesta a irse aún porque sentía, no sabemos cómo pero sentía que le faltaba un hijo a su lado. Era Fran, que se hallaba ingresado en otra planta del hospital.
Fran llegó al fin, todos le urgíamos para que pudiese despedirse de ella. No sé si la mamá escucharía su voz o sentiría de algún modo su presencia porque fue entonces, entonces sí, precisamente entonces cuando exhaló su último suspiro y su corazón, aquel corazón noble, aquel corazón de oro que tanto amor derrochó con todos nosotros, se detuvo finalmente con un último latido.
No podía irse sin despedirse de todos.
Así era ella, madre hasta el final, madre hasta su último aliento.
Ojalá se encuentre en un lugar mejor, en compañía de los nuestros que ya se fueron. Un lugar donde no haya sufrimiento, angustia ni pena como tanta como tuvo que pasar en esta vida.
Estoy seguro de que, allí donde esté, nos contempla orgullosa, siempre comprensiva con nuestras debilidades, afligida con nuestros males y nuestros problemas pero dichosa con nuestros logros.
Estoy convencido de que desea que la recordemos, no con tristeza, sino con una sonrisa dirigida hacia lo alto.
Como aquella sonrisa suya que lo iluminaba todo.
¡Siempre en nuestros corazones, prenda!