En la entrada anterior hablábamos de las terribles plagas que un vengativo Yahvé envió a los egipcios. Tampoco se libro su propio pueblo, los israelitas, de sufrir periódicamente toda clase de pestilencias y enfermedades con las que les castigaba por no ser fieles a sus mandamientos. Tan implacable e inexorable que hasta fue capaz de ahogar a su propia creación en un pavoroso diluvio.
No se queda atrás el último libro del Nuevo Testamento llamado de las Revelaciones o Apocalipsis. En él se menciona a los misteriosos Cuatro Jinetes del Apocalipsis que representan una alegoría de las principales plagas que acechan al ser humano.
El primero, montando un caballo blanco, armado con arco y dispuesto a la victoria; el segundo, a lomos de un caballo color de fuego que siembra la guerra por donde va; el tercero, en caballo negro, representa la llegada de la hambruna, y el cuarto, sobre un caballo pálido, siembra la mortandad con la peste.
Todos ellos nos han visitado -y lo seguirán haciendo, me temo- una y otra vez a lo largo de la Historia. Sin embargo es el último el que hoy, en medio de una pandemia universal, nos inquieta y nos tiene sobrecogidos.
No seré yo quien juzgue si las profecías del Apocalipsis o del Juicio Final están a punto de cumplirse pues para ello «Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder», como afirma el Catecismo del Padre Astete, publicado en el siglo XVI.
Mi misión es mucho más modesta, pues tan solo quiero contribuir a que no nos volvamos más paranoicos de lo que estamos con el coronavirus y a que este periodo de tribulaciones nos sirva para comprender, razonar y aprender. Y hacerlo con los dichos o frases proverbiales que puedan tener alguna relación con éste y otros virus que lleva padeciendo la Humanidad.
Comenzaré diciendo que cuando todo esto termine -que terminará, como todo- y hayamos extraido las lecciones y enseñanzas que toda crísis nos enseña, quizás podremos decir que estaremos «curados de espanto».
Con ella queremos decir que prácticamente nada nos sorprende, a causa de la experiencia o de la costumbre. Que casi nada nos asusta, como si el asustarse fuera una enfermedad de la que ya nos hemos curado, una epidemia ante la que ya estamos inmunizados. (1)
Ojalá sea así pues hemos visto y aún nos quedan por ver muchas situaciones impresionantes, tremendas...muchos "espantos", nombre con el que los mejicanos llaman a una enfermedad en la que se pierde el alma debido a un gran susto o impresión. (2)
Otra expresión figurada y coloquial con una certeza casi absoluta de que alguna vez la hayamos utilizado o nos hayan dicho es «¡Que te den morcilla!». Utilizada cuando alguien nos ha importunado, molestado o sacado de nuestras casillas, es una forma de zanjar categórica y bruscamente la conversación y librarnos de esa persona. (3)
El dicho data de cuando la rabia o hidrofobia era una enfermedad muy común en las calles españolas ocasionando constantes epidemias transmitidas por los perros abandonados que abundaban en ellas. Las autoridades ordenaron que para cazarlos minimizando los riesgos para las personas se sembraran las calles con morcillas envenenadas con estrictina. Los perros las comían y morían en medio de un terrible sufrimiento ocasionado por este veneno, hoy prohibido.
Esta práctica duró hasta finales del siglo XIX cuando aparecen las perreras municipales y el oficio de "lacero", empleados públicos que cazaban con un lazo a los perros callejeros. (4)
Aunque en última instancia la frase podía significar en su origen "desear a otra persona que muriera como un perro rabioso" hoy su sentido se ha suavizado y solo sirve para desear que quien nos irrita sobremanera se vaya con viento fresco ya que despreciamos sus palabras o sus acciones. (5)
Notas:
(1) Buitrago, A. Diccionario de dichos y frases hechas.
(2) El Cartapacio de Gollum.
(3) Blogs 20minutos.
(4) Yorokobu.
(5) Doval, G. Del hecho al dicho.
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay
No se queda atrás el último libro del Nuevo Testamento llamado de las Revelaciones o Apocalipsis. En él se menciona a los misteriosos Cuatro Jinetes del Apocalipsis que representan una alegoría de las principales plagas que acechan al ser humano.
El primero, montando un caballo blanco, armado con arco y dispuesto a la victoria; el segundo, a lomos de un caballo color de fuego que siembra la guerra por donde va; el tercero, en caballo negro, representa la llegada de la hambruna, y el cuarto, sobre un caballo pálido, siembra la mortandad con la peste.
Todos ellos nos han visitado -y lo seguirán haciendo, me temo- una y otra vez a lo largo de la Historia. Sin embargo es el último el que hoy, en medio de una pandemia universal, nos inquieta y nos tiene sobrecogidos.
No seré yo quien juzgue si las profecías del Apocalipsis o del Juicio Final están a punto de cumplirse pues para ello «Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder», como afirma el Catecismo del Padre Astete, publicado en el siglo XVI.
Mi misión es mucho más modesta, pues tan solo quiero contribuir a que no nos volvamos más paranoicos de lo que estamos con el coronavirus y a que este periodo de tribulaciones nos sirva para comprender, razonar y aprender. Y hacerlo con los dichos o frases proverbiales que puedan tener alguna relación con éste y otros virus que lleva padeciendo la Humanidad.
Comenzaré diciendo que cuando todo esto termine -que terminará, como todo- y hayamos extraido las lecciones y enseñanzas que toda crísis nos enseña, quizás podremos decir que estaremos «curados de espanto».
Con ella queremos decir que prácticamente nada nos sorprende, a causa de la experiencia o de la costumbre. Que casi nada nos asusta, como si el asustarse fuera una enfermedad de la que ya nos hemos curado, una epidemia ante la que ya estamos inmunizados. (1)
Ojalá sea así pues hemos visto y aún nos quedan por ver muchas situaciones impresionantes, tremendas...muchos "espantos", nombre con el que los mejicanos llaman a una enfermedad en la que se pierde el alma debido a un gran susto o impresión. (2)
Otra expresión figurada y coloquial con una certeza casi absoluta de que alguna vez la hayamos utilizado o nos hayan dicho es «¡Que te den morcilla!». Utilizada cuando alguien nos ha importunado, molestado o sacado de nuestras casillas, es una forma de zanjar categórica y bruscamente la conversación y librarnos de esa persona. (3)
El dicho data de cuando la rabia o hidrofobia era una enfermedad muy común en las calles españolas ocasionando constantes epidemias transmitidas por los perros abandonados que abundaban en ellas. Las autoridades ordenaron que para cazarlos minimizando los riesgos para las personas se sembraran las calles con morcillas envenenadas con estrictina. Los perros las comían y morían en medio de un terrible sufrimiento ocasionado por este veneno, hoy prohibido.
Esta práctica duró hasta finales del siglo XIX cuando aparecen las perreras municipales y el oficio de "lacero", empleados públicos que cazaban con un lazo a los perros callejeros. (4)
Aunque en última instancia la frase podía significar en su origen "desear a otra persona que muriera como un perro rabioso" hoy su sentido se ha suavizado y solo sirve para desear que quien nos irrita sobremanera se vaya con viento fresco ya que despreciamos sus palabras o sus acciones. (5)
Notas:
(1) Buitrago, A. Diccionario de dichos y frases hechas.
(2) El Cartapacio de Gollum.
(3) Blogs 20minutos.
(4) Yorokobu.
(5) Doval, G. Del hecho al dicho.
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay